jueves, 7 de marzo de 2013

Mi escudo y mi estandarte.

Había plasmado la relevancia de este día con la metáfora de una batalla medieval, donde armado de valor ante la tiranía feudal, tomaría mi armadura y mi espada, y decidido, pondría fin a tan infame injusticia. He desechado dicha opción (que no la narración, que la adaptaré para otro menester).

Abogado últimamente a afrontar las mayores vicisitudes que la providencia nunca me haya dedicado, hoy es el día para poner fin a una situación ante la que no puedo permanecer ni un minuto más impasible. Ni un minuto más puedo soportar la mentira, las promesas incumplidas, la ignorancia profesada, la falta de sinceridad ni la merma de mi identidad como profesional, pero lo que es más importante, como persona, porque todo este cúmulo de despropósitos está afectando a todos los engranajes que hacen que mi vida avance y prospere.


El castillo está bien defendido, pero torres más altas cayeron. Confío en la victoria porque anoche, antes de la batalla, fui a verla, Señora mía. Y como siempre, me reconfortó. Nunca me arrojé a sus plantas tan desalmado, y nunca salí tan alentado. Ella será mi escudo y mi estandarte.