En este momento del día, en plena vorágine de duchas y cenas, cuando ya se atisba el momento de relax en un todavía no muy cercano horizonte, quiero compartir con vosotros un recuerdo que me ha acompañado buena parte de la tarde.
Hace ya unos años, una soporífera tarde de verano de las que gastamos en nuestra querida capital, conocí a un espalda mojada. No viene al caso cómo fue, ni el motivo de tan enriquecedora visita a la “capi”. Inculcándoles esta tarde a mis hijas la necesidad de fraguarse un buen futuro e ir adquiriendo ya buenas bases de formación académica, recordé la figura de este hombre, que en un perfecto español, me contaba que ya eran 7 u 8 los años que llevaba en España. Por fin había podido acceder a la universidad y estaba ya en su segundo año. Comenzó vendiendo pañuelos y repartiendo periódicos, y cuando hablé con él era el chico que repartía los recados en un supermercado relativamente céntrico.