martes, 20 de septiembre de 2011

Nos ha nacido un campeón.

Cuando llega el gran día del nacimiento de un hijo, es como si ese sueño, que se había perpetuado y casi enquistado, se cumpliera. Durante los meses previos a su llegada, damos rienda suelta a nuestra mente, ilusionados con su sexo, esperanzado por su cara, sus manos, su risa, sus ojos.
Y no podemos evitar dar rienda suelta al corazón. Trazamos un futuro, soñamos con que sea persona de bien, que alcance grandes metas. ¡¡Qué hermosos sueños!!

Y qué gran responsabilidad la de los papas, ante esa criatura tan frágil y pequeña, que empieza a pelearse con un mundo tan desconocido, tan distinto a lo que conoce, en su corta pero frenética existencia.
Y es que es algo tan grande. Es el mayor regalo que nunca podrán hacernos. Sería inútil intentar expresarlo. Un hijo es una vida por delante llena de esperanzas. Es el mayor aliciente para afrontar lo que te queda de vida. La rotura de todos tus planes, la planificación conjunta del mayor proyecto que nunca imaginaras. Es la muestra de que alguien superior nos quiere.Estoy seguro de que cuando un niño nace, en algún lugar hay una gran fiesta.

Y en ese sitio, ahora deben estar de resaca, porque un nuevo niño nos ha nacido. Un campeón que todavía calienta para saltar al terreno de juego, pero que revolucionará el partido. Ya ha llegado primero a una meta, entre millones de candidatos.
Quiero aportar a la montaña de felicidad de Pedro y Cuca, el granito de la mía. Estoy seguro de que vuestro bebé os aportará todo eso que ya le habéis dado vosotros, y mucho más.
Mi más sincera enhorabuena y deseo de felicidad.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El río de la vida.

Por primera vez, y sin que sirva de precedente, esta nota está dedicada, a mi más fiel seguidora, que más bien sería sufridora, ya que me temo que es capaz de leer íntegras mis parrafadas. Con cariño eterno. Y si no conseguimos ponerle buena cara a este tiempo, súbete a la azotea, y que tu buena cara perpetua, nos aleje esta tristeza.

Como ya he dicho en alguna ocasión, parece que con la losa de la edad, viene, como kit inseparable, un replanteamiento generalizado de tu vida, en el modo ya manido del “de donde vengo”, “a donde voy”. Eso, además, con el añadido de tu prole, a la que le debes todo tu ser, y que se convierten en el único motivo por el que respiras. Días como el de hoy, en el que siento la dicha de tenerlas a mi lado por tiempo indefinido, me hacen sentir gigante y no caber en mí.

Y precisamente por ese amor incondicional, que mis hijas me demuestran, y que me dan el aliento necesario, busco sentido a mi vida. Vida que hace un tiempo comparé con un rio. Las aguas de un rio que van deslizándose silenciosamente y van dejando lo que llevan. Si las aguas son turbulentas, por donde pasen irán dejando forraje y suciedad. Pero si las aguas van limpias y tranquilas, dejarán tras de sí humedad, fecundidad, verdor y frescura.

Aún ante la dificultad que entrañe, procuro que las aguas del rio de mi vida discurran siempre limpias, y dejar parte de ellas por donde pase. Sin duda, a veces se tornan turbulentas, pero hay que saber dejar el forraje en la orilla.
Por el amor incondicional que yo también siento hacia mis hijas, y porque quiero que el agua que beban de mi rio sea la más cristalina, limpia y pura que puedan encontrar, batallo contra el forraje y la suciedad, y diseño el mejor humedal que les pueda ofrecer.