viernes, 4 de octubre de 2013

¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?

Invéntate tú el nombre, pero yo te pongo la cara. Tiene 5 años y es negro, delgado de inanición, pelo rizado, y está nervioso. No ha pegado ojo en toda la noche porque antes de irse a dormir, su madre, embarazada de 6 meses, le ha dicho que cuando amanezca por fin pondrán rumbo a una vida mejor. O quizá habría que decir, a una vida normal. Viven en Libia, y todos dicen que cogiendo esa barcaza y pagando un dinero que han tenido que reunir con más fatiga que otra cosa, podrán alcanzar tierras italianas y a partir de ahí poder disfrutar del maná que la generosa Europa ofrece a todo el que desembarca en cualquiera de sus costas, venga de donde venga.

Están a punto de llegar a la tierra prometida, ya se divisa. En la misma embarcación coincide con otros muchos niños de su edad, otros más pequeños y muchas mujeres embarazadas como su mamá. No puede ni moverse, sería incapaz de calcular cuanta gente va dentro (te lo digo yo, más de 500).

Pero el motor se para. El agua está entrando y todo el mundo empieza a gritar. Algunos se lanzan al agua. El niño no puede evitar ponerse a llorar. Se agarra a su madre. La situación es dantesca. Gritos, peleas….. A alguien se le ocurre encender fuego en el borde de la barca para llamar la atención, pero esta estaba llena de gasolina y en pocos segundos todo queda envuelto en llamas.

Ni el negrito, ni su madre, ni 350 PERSONAS más, llegarán a ningún sitio.
Esto no es ninguna historia. Esto es una vergüenza, que se repite desde hace muchos años (según datos que han publicado, en estas costas italianas, desde 1990 más de 8.000 cadáveres), y que ni las autoridades italianas, ni europeas, ni del coño de la Bernarda son capaces o quieren solucionar. Parece mentira, que en este mundo en el que somos capaces de destinar cantidades vergonzosas a menesteres intrascendentes (me ahorro enumerar ninguno), no seamos capaces de evitar algo que cuesta cientos y cientos de vidas humanas cada año, y que sabemos que ocurrirá, en una fecha determinada, en un lugar determinado.

Este Papa que Dios nos ha dado, y que cada vez me gusta más, lo ha bordado. “Se me viene la palabra vergüenza. Es una vergüenza”. Y la alcaldesa de Lampedusa, en una carta a la Unión Europea, también, “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?".
Que no nos suene a brisa marina que viene de lejos, que son muchas vidas y son muchas historias las que se hunden cada año.
Basta ya.

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