Este verano, en el pequeño retiro espiritual junto a mi Anita, en Matalascañas beach, observé cómo, tarde tras tarde en la piscina, una madre ayudaba a su hijo, deficiente mental, a realizar innumerables circuitos a nado, de una punta a otra de la piscina.
Lo que realmente me llamaba la atención, era la forma en que esta mujer realizaba esta tarea. Su cara y su dedicación irradiaban un amor y una dulzura que estoy convencido, están al alcance de muy pocas personas en este mundo. Siempre con una sonrisa, le hablaba y tranquilizaba a su hijo, en una muestra de cariño infinito que, estoy convencido, sólo una madre puede transmitir. Este es un gesto de bondad inigualable.
Tendemos últimamente a exagerar lo malo que nos rodea. Hay más cosas buenas de las que creemos. Quizás no las sabemos descubrir; es preciso mirarlas, descubrirlas y valorarlas.
No debemos dejarnos engañar por la propaganda ni por el ruido. Porque si el ruido hace mucho daño y poco bien, el bien hace mucho provecho y poco ruido.
El mal será publicitado como noticia, pero el acto de bondad, probablemente, no sea ni mencionado ni valorado.