viernes, 26 de agosto de 2011

¿Y tú, los valoras?

Este verano, en el pequeño retiro espiritual junto a mi Anita, en Matalascañas beach, observé cómo, tarde tras tarde en la piscina, una madre ayudaba a su hijo, deficiente mental, a realizar innumerables circuitos a nado, de una punta a otra de la piscina. 

Lo que realmente me llamaba la atención, era la forma en que esta mujer realizaba esta tarea. Su cara y su dedicación irradiaban un amor y una dulzura que estoy convencido, están al alcance de muy pocas personas en este mundo. Siempre con una sonrisa, le hablaba y tranquilizaba a su hijo, en una muestra de cariño infinito que, estoy convencido, sólo una madre puede transmitir. Este es un gesto de bondad inigualable.
Tendemos últimamente a exagerar lo malo que nos rodea. Hay más cosas buenas de las que creemos. Quizás no las sabemos descubrir; es preciso mirarlas, descubrirlas y valorarlas.
No debemos dejarnos engañar por la propaganda ni por el ruido. Porque si el ruido hace mucho daño y poco bien, el bien hace mucho provecho y poco ruido.
El mal será publicitado como noticia, pero el acto de bondad, probablemente, no sea ni mencionado ni valorado.

El cartero que soporta el calor y el cansancio al recorrer las calles, la caridad de las Hermandades, el empleado que está al quite para atender a los clientes, la organización de un acto benéfico contra la hambruna, la disponibilidad de un amigo, la madre que soporta la soledad mientras atiende a su hijo enfermo, el padre que consume sus fuerzas por los suyos; estos y miles y miles de personas más están haciendo actos buenos. Pero nadie se fija en ellos, y por ser actos comunes y diarios, nadie los valora. Y tú, ¿los valoras?

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